lunes, 28 de mayo de 2012

No eran las luces, era ella.

Ahora que no tengo voz, y que solo puedo expresarme mediante esta entrada en este rinconcito de mi blog, es tiempo para agradecer.
Era ella quien aquella noche de principios de Mayo estaba allí, a las tantas de la madrugada, entre esa espesa niebla, ese maravilloso paisaje, delante de aquellas vistas de aquel inmenso pantano. 
A lo lejos una multitud de pequeñas lucecitas iluminaban las vistas. Me senté en una mesa de madera del jardín, ella no dudó un momento en sentarse a mi lado, y echarme dos mantas por encima para combatir aquel helado frío. Me abrazaba, echó su cabeza en mi hombro, y me pidió un cigarro, le dí uno, uno de los tantos que yo pude fumar en apenas cinco minutos. Cogí la botella de Vodka, me di cuenta, se dio cuenta de que estaba por la mitad, y conforme los tragos iban bajando y quemando mi garganta, las gotas iban empañando mis ojos, cayendo por mis mejillas mientras otras nos caían encima por los huecos que dejaba el árbol que nos cobijaba. 
Veía, veía. ¿Qué veía? Una cosita, ¿qué cosita sería?
Yo en ese momento solo veía los Blue eyes, la cantaba, mientras no podía articular palabra. Ella tampoco lo hizo, no hacía falta.
Habíamos vivido muchas cosas, por mi vida había pasado mucha gente. Tal vez, quedaba poco para que se fuese, tal vez no. Tal vez algún día no estuviese ella. Se fuese como tantas personas se han ido.
Pero en aquel momento me dí cuenta que era ella la que me completaba, yo era quien le completaba a ella. 
Terminé la botella de Vodka, la tiré al suelo. Era algo inservible en aquel momento. Solo la necesitaba a ella. Y ella llevaba rato estando allí.
Vosotros solo la conocéis por Little Bitch, Charlotte Anois, la delegada de la clase, la bollera del instituto o la puta de Lucena, pero solo yo sé quien es Alba. Y me siento tremendamente orgulloso de ello.



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